La poesía nunca nos abandona



El papel en blanco es un mapa en el que podemos trazar aquellas ausencias que van permaneciendo con el paso del tiempo; con esto me refiero a temas como la muerte, el exilio, el desplazamiento y las despedidas inesperadas. Documentar la pérdida de un país no es un asunto afable. Pienso que mientras más palabras hay, menos país nos va quedando. Como escritores, intentamos recomponer nuestras memorias a través del fragmento. Después de todo, la gente rota es la que intenta componer. Cuando digo que hay menos país, me refiero a las consecuencias sociopolíticas y económicas de las políticas de austeridad y coloniales. También me refiero a la corrupción y a la desidia. Pienso que las cosas que existen en la literatura son esas que ya no existen o que extrañamos. Escribiendo es que imaginamos otros mundos posibles. Todo lo que escribimos es porque nos hace falta. 

Pongo mi poesía como ejemplo. Mi poemario Mano negra es una consecuencia de años de coraje acumulados sobre la piel, es la resignificación de todas las violencias impuestas sobre mi cuerpo y sobre mis memorias. El tema de la marginación y el racismo, como casi toda mi literatura, apareció por accidente. Confieso que años atrás despachaba con facilidad la ausencia de estos temas en lo que escribía ¿Por qué escribir sobre mi negritud si también la vivía todos los días? 

Mi existencia es una sospecha para muchas personas. Lo siento cuando voy al supermercado o la farmacia, cuando la gente aprieta sus carteras cuando paso a su lado o cuando me preguntan si pertenezco al lugar en donde estoy parado. Lo sentí toda mi carrera universitaria, escuchando el tono sorpresa de mis mejores profesores cuando entregaba un buen trabajo o cuando apenas veía personas que se parecían a mí durante diez años en la universidad de Puerto Rico. Por mucho tiempo pensé que debido a mis clases de sociología y trabajos de universidad leí a muchos escritores blancos. Pero esto no es precisamente cierto. Tal vez es más acertado pensar que leí pocos escritores negros durante todos esos años. 

La verdad es que gran parte de mi formación como estudiante de literatura y sociología se basó en el pensamiento de personas e intelectuales que poco tenían que ver conmigo o de dónde vengo. Fue casi natural mi desviación (y esta palabra no la uso con desdén) hacia otras lecturas. El trend continuó y me sumergí en las obras de Sartre, Camus, Kierkegaard, Cioran, Dostoievski, etc. No puedo negar la influencia de esas corrientes literarias en mi forma de narrar y pensar. Fueron en gran medida, chispas que encendieron en mí esa necesidad de escribir. De comunicar una ansiedad sin nombre; un intento de explicar ese angst que te espera en la almohada todas las noches. Buscaba apalabrar esa frustración que nace cuando vas entendiendo las razones de algunas causas y sin embargo con tantas explicaciones, las cosas tienen menos sentido. Mi salida del campo académico fue la que me dio la oportunidad de repensar mi biblioteca, mis lecturas y el cánon seguido al pie de la letra de todos los cursos de mi maestría. Le dije adiós por un tiempo a esas imposiciones y me aventuré a nuevos caminos literarios que incluyeran más voces negras y caribeñas.  

Desafortunadamente, sanar es un proceso que solo termina con la muerte. Digo desafortunadamente porque puede ser un proceso agotador. A mí me ha tomado una vida entera resignificar cómo me he sentido como hombre negro en Puerto Rico. Es decir, ha sido duro afrontar como me siento verdaderamente sobre las cosas. Ignoré por años la ira de mi tinta sobre la libreta y el sonido del teclado furioso en las madrugadas insomnes. Ahora creo que el coraje era por las cosas que pretendía no saber. Paulatinamente fue sobre el papel en blanco que entendí la persecución, la sospecha, la duda ante la mirada del otro. Entendí el porqué de la ira detenida entre mis dientes, contenida entre mis manos. Entendí porque siempre intento no derrumbar el mundo a puñetazos. Para algunos soy una incomodidad, para otros solo un deseo. Mi piel es lo primero que entra a un lugar. Fue duro reconocer que solo soy un hombre negro a donde quiera que voy. Luego soy lo demás. Luego soy escritor. Luego soy hermano, hijo, amigo, amante. 

Afortunadamente, es en la lectura de otras pieles negras que me siento acompañado, con una mano invisible sobre mi hombro. La literatura negra tiene otro significado para mí. Es un un bálsamo en el mar de distancia que me separa de los demás. Esas nostalgias producto de la carencia son motores poderosos de creación. Intentamos llenar un vacío y recomponer a través del fragmento. Así vamos tejiendo las historias familiares, los desplazamientos, la duda que amanece después de la incertidumbre. Después de todo, como dice el poeta Gamelyn Felipe Oduardo “la rumba no es como ayer”. Lo sentimos al ver aquellos espacios vacíos y ver las distancias que nos unen. En nuestra literatura encontré una razón para crear. Como dice el escritor Eduardo Lalo, nada puede vencer al verdadero deseo del lápiz. Mi misión es ganarle a la soledad y a la mentira del silencio. Fracaso continuamente.  

Lucho todos los días con la futilidad del ejercicio de escribir, y sin embargo, es una necesidad que se desborda cual volcán en deuda con la tierra. No quisiera escribir que los corales están muriendo, que le quieren quitar la casa a Ramona Cruz Sanabria, que extraño a mi primer padre como si estuviera muerto, que a los negros nos llevan los de ICE o que necesitamos papeles que certifiquen nuestro derecho a permanecer y a vivir en paz. A veces me pregunto para qué ocupar las horas en la tinta sobre un papel en blanco y someter mis labores a los inmisericordes editores. Pero entonces, ¿qué hacemos con las pieles negras censuradas, asesinadas y desaparecidas cuando el silencio se nos impuso?

Desbordarnos por encima de todo, como dijo la escritora Yolanda Arroyo Pizarro. Ser la marea inconclusa, caprichosa, incómoda. Somos un mar de historias con millones de esqueletos cubiertos de sargazo y olvido. Seguiremos contando la receta de nuestras abuelas aquí o en Cuba o en República Dominicana o en Palestina. Persistiremos a pesar de las lágrimas y los intentos de invisibilización. Mi mano negra es la mano negra de mi abuelo marcando la boleta de la lotería y terminando un grado de ingeniería en el Colegio de Mayagüez con el estómago cerrado. Mi mano negra es la mano negra de mi abuela poniéndole cerveza al arroz o pasándome alcanfor y alcoholado Superior 70 sobre el pecho o dando clases en la escuela de Villa Capri. Mi mano negra es la mano negra de mi madre escribiendo en la pizarra o alimentando doce viejos abandonados por el estado. Mi mano negra es la mano negra de mi hermana acariciando el barro del pueblo de Añasco. Mi poética es el órgano más grande del ser humano, la piel. Documentar la pérdida es mi asunto, mi forma de permanecer a pesar de la destrucción y el desplazamiento que pasa a suero de brea. Soy la poesía que espera escribir sobre los cadáveres de los corales. Soy mis ancestros que superviven por mi letra. Las historias empañetadas en el cemento. 

La poesía es un deber. La poesía de nuestrxs escritores afro es una ventana de espejos que refleja nuestra entereza y nuestra postura frente a lo inevitable. La pérdida también es una oportunidad para contemplar el vacío, un nuevo punto de partida hacia un nuevo camino. La última década se ha caracterizado -una vez más- por la emigración de los puertorriqueñxs. Hemos perdido casi la mitad de la población, con la aceleración de los huracanes, terremotos y pandemias. Los lugares que frecuentamos cerraron, quebraron o se derrumbaron. Tenemos una puerta giratoria de viajes que estiran nuestros vínculos. Esos nexos no pueblan nuevamente las calles vacías, ni reabren los negocios cerrados, ni nos cura esa locura social que nos acecha los domingos en la noche, pero al menos subrayan cuán presentes están todas esas ausencias.Y afianza razones para quedarnos de una manera u otra.  

En la palabra encontramos el testimonio. Por medio de la lectura y escritura, podemos, como dice el escritor cubano Abilio Estévez “comenzar una realidad a partir de otra realidad”. Tal vez este deber tenga que ir más allá de escribir, también necesita de nuestro ejercicio de lectura; de prestar nuestros ojos a las palabras de otrxs, al testimonio de la vida de otrxs que tienen el privilegio del tiempo acompañándolos en sus escritorios. Esas palabras tienen que acompañar a los cuerpos en la calle que miran a los enemigos a los ojos. A veces lucho con la futilidad de mi escritura, como si fuera un testigo del proceso de deshumanización que no puedo detener, pero igual lo escribo y lo enfrento. No queda de otra. Escribo aquí/escribo allá, donde quiera que pueda. La vida continúa, aunque siento ese cansancio dormido que a veces despierta en forma de poesía. Me rodeo de palabras para no sentirme tan solo. 

Narrar desplazamientos y marginalidades raciales no es solo describir o señalar la gentrificación o el proyecto de país sin sus ciudadanos (Puerto Rico sin puertorriqueños).  También es invocar la memoria de nuestras victorias; las oraciones y los abrazos en el aeropuerto, las agencias hípicas, el jangueo en el liquor store, la defensa de las playas, las noches que seguimos siendo gente, los nombres de nuestras calles, de nuestros padres, madres y abuelas. La literatura afro siempre ha estado presente, a pesar de como dice la escritora Mayra Santos Febres, de “la fragilidad y falta de apoyo institucional que marcó y sigue marcando la producción intelectual y   literaria de escritores racializados en nuestro archipiélago”. Esta cumbre de afrodesendencia es evidencia de nuestra presencia, pertinencia y permanencia, como lo es el Centro PRAFRO, el blog letras kaffres, la editorial Étnica, el Colectivo ILÉ, y todas las personas que continúan a diario construyendo un mundo más justo para nuestras pieles, que tienen que soportarlo todo. Exploremos el futuro desde la palabra como origen. Escribamos como los detenidos que somos en esta vida, escribamos con la palabra bajo libertad en este purgatorio de flores y tapones. 





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